Luisa y Carlos
En medio de odios familiares por viejos problemas
que se remontan a los abuelos de Luisa Lobos y Carlos Fernández, se desarrolla esta historia de amor puro, en
las montañas andinas tiene su epicentro.
Mes
de Junio de 1984, en la Gran Hacienda “Los Araguaneyes” propiedad de Pedro
Lobos padre de Luisa Lobo, acaudalado agricultor quien monopolizaba los
sembradíos de hortalizas, padre orgulloso de su única hija a quien daba todos
los gustos, ese año Luisa, una morena hermosa, de ojos verdes, alta, de cabello
largo, con una dulzura sin par, cumplía 18 años y se comenzaba a preparar una
gran fiesta, ya que Don Pedro Lobo no haría reparo en gastos cantantes de
trayectoria reconocida fueron contratados, las familias mas encumbradas de tal
alta sociedad fueron invitadas para tal evento, dentro de los Artistas viene un
reconocido Cantante Llanero, hombre alto de espalda ancha, elegante, de
sentimientos nobles, que con su canto y galantería hacía que las féminas
cayeran rendidas a sus pies, Carlos Fernández es su nombre pero se presenta
como Carlos Figueroa, hijo de Don Antonio Fernández enemigo jurado de Don Pedro
Lobo, y comenzó aquel apoteósico cumpleaños.
Comienzan
a llegar los invitados, regalos y felicitaciones, recibe el cortejo de
bienvenida de aquel evento, un flamante Mercedes se descubre, era el regalo de
Don Pedro para su adorada hija, en medio de cohetes, música y mucha comida y
bebida, aparece la deslumbrante cumpleañera cual rostro angelical que
engalanaba con su dulce presencia aquel lugar bullicioso…
Un
silencio por todos los presentes como homenaje a tan linda cumpleañera, seguido
de silbos, matracas y algarabías para agasajar a Luisa, Carlos quedó
estupefacto por tal belleza, flechado, atontado, pero es vuelto a la realidad
por el repicar de las 30 cuerdas que comienza con un Pajarillo para recibir a
la princesa que bajaba por las escaleras de la hermosa casa con el corazón
palpitante, comienzan a llegar recuerdos de su niñez, cuando con inocencia y
pureza le había jurado amor eterno a Luisa y fueron sorprendidos y separados por sus padres, llevados por el
odio que le habían heredado a los padres abuelos de Luisa y Carlos.
El
arpa llama al cantante y Carlo se alista para dejar salir su copla, canción que
tenía atragantada desde hace años, su corazón desbordante como potro desbocado
siente que sus piernas se desploman, pero la reciura del llanero lo anima a
aparecer al frente y soltar el verso. Luisa que fija la mirada en aquel hombre
de nombre Carlos Figueroa, está confundida pues aunque son años sin ver a
Carlos Fernández todas las facciones de aquel cantante le crean escalofríos y
resbala el ultimo escalón de la adornada escalera, Carlo se apresura a
levantarla al mismo tiempo que Don Pedro lo hace, habiendo quedado viudo se había
aferrado a su hija y como un toro que cuida su rebaño se lanzó a levantar a su
hija, pero Carlos lleno de energía le ganó la carrera quedando frente a frente
a Don Pedro quien le agradeció, pero Carlos quitando su cara rápidamente
dirigió su verso a Luisa ¡Linda señorita, un amor cuando es sincero y Dios lo
aprueba en el Cielo!... Don Pedro que es un hombre corrido cae en conciencia de
que aquel muchacho pudiera ser Carlos Fernández y manda a llamar a un empleado
para preguntar e investigar quién era aquel
joven; Luisa que también entendió y había reconocido que aquel cantante era su
amor de la infancia Carlos Fernández.
Sus
ojos se llenan de lágrimas, pero las disimula por lo hermoso de la canción, el
padre le ofrece un pañuelo, en eso llega el empleado y le dice en el oído la
fuente dice que es el cantante Carlos Figueroa “El Turpial de Apure”, Don Pedro
se calma y comienza a tomar y a hablar con sus amigos; la fiesta sigue, la
gente socializa, comen y beben, bailan mientras la cumpleañera camina por el jardín
con unas amigas, Carlos que ve la oportunidad y se le acerca inmediatamente,
vuelven los recuerdos de aquel amor de peluche, en un segundo todo revive y la
pareja se funde en un beso eterno, son segundos que hacen interminables,
lágrimas y te amo se dejan oír en susurro, a unos pasos de ahí, Don Pedro que
busca a Luisa, oye cuando la joven le dice a su amado, sabía que eras Carlos
Fernández, mi corazón no podía fallar…
Un
grito enloquecido, hace un silencio
¡uyss! Sí, eres tu hijo de puta, pero esta noche te mueres, sacó su arma
y disparó al aire; Luisa de inmediato se coloca delante de Carlos y suplica
¡papá, papacito, no lo hagas!, si vas a disparar, dispárame a mi, porque hechas
sobre nuestro hombros el odio de los abuelos, un grito desgarrados sale de
aquel hombre segado por el odio, ¡apártate porque hoy lo mato!.
Con
la pistola empuñada Don Pedro cae al suelo infartado, Luisa corre a socorrerlo,
¡Padre Amor mío, no te mueras, no me dejes! Pero ya es tarde, un infarto
fulminante le quitó el aliento a aquel gran hombre; e irónicamente la muerte
como una dicotomía dio paso a la vida, al amor más puro y bello de dos almas
gemelas que supieron sobreponerse al odio que existía entre sus familias
dejando un mensaje, “Que cuando el amor es verdadero puede vencer cualquier
adversidad!”.